Érase una
vez él… Si, él había sido tan indefinido.
Te
encuentras en un momento de tu vida en el que no decides enamorarte, pero llega
una persona a tu vida y no es como si cayeras rendida; es que para ti es un
sentimiento confuso. El pasmo en mi pecho, y es que no habría de creérmelo cuando
le vi a los ojos y una sonrisa se dibujaba en su rostro. Deseaba dejarlo caer
todo al piso, pero no me lo permitía. ¿Realmente eso era lo único que habría de
caerse? En aquel entonces sí, pero con el pasar del tiempo algo había caído de él.
Con el
tiempo, sus brazos no me tomaban igual. Se desunía de mi cuerpo cuando le cubría
con mucha frialdad, como si ya no me necesitara a su lado. Es ahí cuando sabes
lo que sucede, solo que tú no quieres verlo. Deseas cubrir la realidad por el
miedo a perderle, pero no te das cuenta que tu engaño te hace aún más daño.
Se pasaron
dos semanas con una sonrisa que comenzaba a desvanecerse en mí, con una
indiferencia en sus acciones y con una relación que se iba por la borda. Le esperé
en su coche mientras él iba por unos cigarrillos a la tienda y mis manos
sudaban frío. Mi corazón deseaba salirse de mi pecho, porque en aquel momento
yo presentía lo peor. Esa noche sabía que todo había llegado a su fin.
El
recorrido se tornó incomodo, casi como un eco en mi mente y en aquella escena.
Se detuvo frente a mi casa, suspiraba grandemente mientras observaba por la
ventana del coche. De un segundo a otro, sus ojos se detuvieron sobre los míos,
y ahí fue cuando entendí su mirada.
Fue un “hasta ahí”, y el más doloroso de todos. Mi
corazón se partió en mil pedazos, pero aquellos pedazos se cayeron sobre la
acera, todo mientras regresaba a casa. ¿Por qué me permití dejar esos pedazos
sobre la acera?
Ha pasado
mucho tiempo desde que esa historia se acabó. Mi vida ha comenzado –aparentemente-,
todo ha salido mejor de lo esperado pero algo dentro se encontraba incompleto.
No entendía de razones. Más un tiempo después me paseaba por los pasillos en
busca de mi casillero, y ese chico, estaba al par de mi casillero. Le observé
de espaldas. Parecía muy ocupado, hasta estresado. Llegué y abrí mi casillero
sin observarle distraído por el ruido.
Carraspeé
la garganta y obtuve su atención. Se mostró nervioso, que por poco tambaleaba. Así
fue como se habría derivado una nueva historia… ¿Una historia? No sabría qué
decir de mi persona, no sabría si hacerme llamar una estúpida, una ingenua como
una nena que llora porque su caramelo se cayó al suelo.
¿Cómo es
que le quiero pero no está en mis sueños? Aun supero aquellos pedazos que se quedaron
tirados sobre la cera. No puedo sentirme completa con este chico, sino que esa
vieja historia perdura en mi sin hacerme olvidar lo que alguna vez fue. Lo
concibo como un presente, y no le permito una entrada a quien verdaderamente
quiere todo de mí, quien soy, sin desear cambiarme o sin optar por la frialdad.
¿Por
qué quiero seguir enamorada de quien no me quiere? ¿Por qué sueño con quien no
me sueña? ¿Por qué deseo más a aquel hombre? ¿Cómo es que deseamos ser infelices
teniendo una oportunidad de ser felices frente a nuestros ojos?
Tengo
la oportunidad frente a mí, pero no puedo tomarla. Le quiero, pero con todas
mis fuerzas. Le quiero aquí y en el ahora, no le sueño para el mañana. Porque
deseo lo imposible, lo que nunca volveré a mí.
Me
confunde el pensar que es esto una locura de mi parte, que he de tener demencia
por abrir mi corazón a él. Luego pienso y recuerdo que mientras el aferramiento
me lo impida, quizás lo pierda.
No es
como debes obligarte a querer, solo debes intentar querer sin presiones ni deseando
fallar de nuevo. No es como si debes decir corresponder de la misma manera,
solamente debes decir las palabras más claras.
No te
cierres, tampoco te aferres y aprende que el amor es tan duro como realmente es
o como tu deseas que sea.
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